Felipe llevaba tres días desaparecido del mapa, y su madre ya no sabía ni dónde buscarle. Se temía lo peor, y la policía le dijo que no querían perder el tiempo ni el dinero tratando de encontrar a un ladronzuelo del Bajo.
Cuando estaba anocheciendo, entrando ya la cuarta noche, Felipe entró por la puerta de su diminuta casa, por llamar de alguna manera a la chabola en la que vivía. Su madre, Luisa, se lanzó hacia él, agarrándole muy fuerte, tratando de calmar la agonía que había vivido durante las últimas 72 horas. En ese momento pareció reaccionar por primera vez, y le dio una bofetada en la cara con todas las fuerzas que le quedaban.
- ¿Pero se puede saber dónde has estado?
No hubo respuesta, ni siquiera movió un sólo músculo de la cara. Luisa , aún preocupada y con una ligera sensación de ofensa, insistió con la pregunta. Nada. La escena se repitió varias veces, hasta que por fin Felipe alzó la cabeza, y a la luz de una lamparita, su madre pudo ver su cara sin expresión, y los ojos totalmente rojos. Estaba drogado. Lo había hecho otra vez.
En ese momento Luisa se sintió estúpida, porque la situación ya se había repetido demasiadas veces, y él siempre le juraba que acabaría, pero nunca era cierto. Miró a Felipe con lástima, y con cierto remordimiento al darse cuenta de que no le quedaban muchas opciones. Él estaba acabando con el poco dinero que se mataban por conseguir, y sino robaba en los autobuses para permitirse un buen colocón al acabar la jornada.
Cuando Felipe tenía 10 años probó su primer porro de hachís, y para qué nos vamos a engañar, no le gustó. Pero la sensación de estar entre los mayores, de pertenecer a un grupo, se saberse aceptado y de calmar esa constante sensación de malestar que le corroía el estómago cada vez que se cruzaba con su padre, o más bien, cada vez que su padre se cruzaba con él... por las noches.
Un par de años después, quiso ampliar su grupo de amigos, y empezó a frecuentar un bar en el que le habían garantizado el éxito. No sé qué consideraría Felipe que era el éxito, pero el caso es que le sedujeron. Ahora, con tan sólo 14 años, Felipe es totalmente adicto a la cocaína y al crack. Anda por las calles como perdido, y se ha visto tres veces en alguna que otra reyerta callejera, jugándose la vida. Normalmente lleva una navaja suiza -robada- en el bolsillo izquierdo, por si las moscas. Y algunos dicen que el año que viene ya estará listo para cargar con una pistola de calibre 22, para empezar.
Luisa se ha enterado de todo esto, y ya no sabe qué hacer con él. Siente verdadera lástima por Felipe, pero no puede consentir que sus otros 7 hijos convivan con un toxicómano y un delincuente, porque no es un buen ejemplo para ellos. Luisa está agotada desde que enviudó, y no se le ocurre más solución que expulsarle de la casa. Piensa que esa es la única manera de hacerle recapacitar.
Luisa corrió hacia el único mueble que había en el salón, abrió el segundo cajón, y sacó una camiseta y un pantalón, lo metió en una bolsa de plástico a modo de maleta, y la puso en la calle. Dio un beso a Felipe, y justo después le lanzó un vaso de agua bien fría sobre la cara. Él pareció reaccionar al estímulo, y con un aire agresivo, exigió a su madre una explicación. Ella se mantuvo firme, y se decía para sí que era lo mejor para él, aunque ni siquiera estaba convencida de su decisión... Y Felipe se fue. Se fue a por un poco más de crack.
Desde entonces Felipe vaga por las calles, pidiendo limosna, aunque a la gente ya no le da tanta pena porque no es un niño pequeño, y él sabe que ese es el verdadero motivo. Cada día se acuerda de su madre, pero cada día también asiste a aquel bar en el que conseguiría el éxito para consumir cualquier cosa que simule esa sensación que le habían prometido. Felipe duerme en la calle, vive en la calle y trabaja en la calle. Tiene deudas con la mayoría de los camellos de la ciudad, y ha pasado de robar de vez en cuando en el autobús, a atracar de una forma mucho más agresiva.
Lo único que come Felipe al día es lo que le ofrecemos en el comedor. Y él siempre llega con los ojos rojos y su bolsa-maleta.
1 comentario:
esto es mucho mas común de lo que parece, ¿verdad? hay otra realidad pasando la frontera de nuestro mundo piruleta... gracias por ser una ventanita a ese mundo y recordarnos constantemente lo afortunados que somos...
Me ha llamado mucho la atención tu frase de: "la policía le dijo que no querían perder el tiempo ni el dinero tratando de encontrar a un ladronzuelo del Bajo". ¿Quién decide lo que vale una persona? ¿Lo que podemos ganar a cambio? ¿Todo es por interés?¡qué asco!
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