Ayer, cuando llegué a La Casita de Belén, me pidieron como siempre que me quedase con los bebés. Lo habitual es que cuando yo llego, ya estén todos arregladitos y listos para jugar en el jardín, pero en esta ocasión estaba Cristina sola y me los encontré aún echándose la siesta.
Pero cuál es mi sorpresa, cuando entro en su habitación, y me encuentro con que los dos más grandes han conseguido saltar de la cuna, han abierto los cajones de la ropa, y la han esparcido por toda el cuarto, como si fuese su juego favorito. Imaginaos, la ropa de verano y de invierno de 8 bebés tirada por los suelos.
Antes de hacer nada, y después del sofocón inicial, pude centrarme en el desagradable olor que despedía el lugar, así que cambié los pañales a los 8 niños, que por cierto merece la pena decir que todos se habían hecho caca menos uno.
Más tarde, y armándome de toda la paciencia del mundo, les explqué a Óscar y a Jorge, los dos susodichos autores con aspiraciones a terroristas, que eso no se hacía porque la ropita estaba recién planchada y que era mucho más divertido jugar con los muñecos que tenían en la cuna. Ellos parecieron entenderlo, y yo tan contenta poniendo en práctica el diálogo con los niños. El caso es que me puse a recoger camisetas, ranitas, pijamas, más camisetas, pañales de tela… Y cuando iba a empezar por los pantalones cortos, me giré, y me di cuenta de que habían vuelto a hacerlo… ¡Y en completo silencio!
Yo estaba alucinada. Esta vez mucho más cansada y con menos ganas de dialogar, les expliqué con un tono algo más convincente que no me quería enfadar, y que si deseaban salir al jardín a jugar, tendrían que dejarme terminar de recoger la ropa.
Aproximadamente una hora después, y varios altercados más, por fin di por finalizada mi honorable labor de recogedora de ropa, por lo que me dispuse a preparar la merienda de los niños. Salgo, me voy a la cocina, vuelvo con los 8 biberones… ¡Y otra vez ese olor! Cogí a uno en brazos, rezando por que fuese que todavía quedaban restos de olor… No, mis sospechas se acababan de confirmar. Volví a cambiarles los pañales a todos, aunque esta vez sólo la mitad habían defecado (por suavizar la expresión anterior, no por falta de ganas). Ya llevaba 16 pañales en hora y media, y prefería no pensar en lo que me quedaba.
Total, que merendaron mucho más tarde de lo habitual debido a los infortunios de la jornada, y por fin nos fuimos al patio en el que hay un par de columpios y un tobogán. Monté a dos en las sillitas y empecé a empujarles para que se entretuviesen, cuando me di cuenta de que Jorge se había subido solo al tobogán y simulaba que se caía. Salí corriendo y uffff, llegué a tiempo. Me volví a girar y ahora Óscar se estaba comiendo un montón de tierra a cucharadas -¿pero cómo no voy a tener que cambiar tantas veces los pañales si juegan a comer arena?-. Le quité la cuchara, le expliqué que eso es caca,jjjjj, buaj (creo que los niños entienden mejor los sonidos que las palabras), y se detuvo. Pero volví a los columpios y por el camino me encontré con que Nelson estaba rompiendo los deberes de otro niño, que Rosita estaba jugando a pincharse con un clavo, y que Diego estaba intentando hacer equilibrios en una silla. Ay, fui corriendo, miré por el rabillo del ojo, Jorge había vuelto a subirse al tobogán, los niños del columpio amenazaban por caerse… Conté a ver cuántos había… ¡Faltaba uno! ¿Dónde estaría? ¡Camila! ¡¡¡¡Camila!!!! Y apareció una sonrisilla colgando de un árbol. ¿Cómo demonios había llegado hasta allí?
Por Dios, miré el reloj. Sólo habían pasado cinco minutos desde que terminaron de merendar. En ese momento, casi –casi- preferí que me matasen ahí mismo. Para que luego digan que los bebés son una monada… Sí, lo son, pero mejor si están dormiditos y tú sólo los observas desde las alturas. ¡¡Y pensé también que eso de tener quintillizos es una broma de mal gusto del destino!!
Entonces decidí organizar un juego o lo que fuese con tal de que se quedasen más o menos juntos, y descubrí que lo que más les gustaba es que les pidiese que corrieran hacia mi y les alzase diciendo muy fuerte: ¡¡aaaaaaauuupa!! Si es que los niños no tienen desperdicio. Me encantaría poder verme a mí misma siendo una aspirante a terrorista más. Me encantaría volver a ser bebé por un día.
Como guinda final, tengo que decir que a última hora llegó por fin la mujer que se encarga de planchar, y estuvo charlando conmigo un rato, sobre el calor y otras banalidades sin importancia. Le conté que a mí este sofoco me afectaba mucho, y que podía imaginar cómo estaba ella -tiene una tripa enorme, como de 8 meses, así que le pregunté que de cuánto estaba-. Me contó que no estaba embarazada, pero que había contraído la enfermedad del V.I.H. Fue prostituta hace tiempo, y ahora está pagando las consecuencias. Esta mujer no debe tener más de treinta años. Pobrecilla…
Aunque por otro lado, me gusta esto, me gusta que la gente se acerque y me cuente sus cosas, me gusta que confíen en mí, y me gusta descubrir a esas maravillosas personas que ven miles de rayos de esperanza en mitad de la oscuridad. No me cansaré de repetirlo: me encanta estar aquí.
1 comentario:
y tú, Espe, ¿Cómo estas?
Descansa un poco, haz caso a la tia monchi, no te angusties por lo que veas, todo bastante malo y conformate con poner tu granito de arena que no es poco.
Un beso muy fuerte
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