viernes, 6 de noviembre de 2009

La Casita de Belén

Hace unos años, una mujer llamada Cristina estaba en el hospital. Acababa de morir su segunda hija. Dicen que no hay nada peor en el mundo que perder un hijo y esta señora, Cristina, había perdido ya dos hijas en tres años. Su marido estaba trabajando en España pensando que allá se vivía mejor…

En el mismo hospital, el Padre Aldo se acercó a ella y le dijo: Cristina, esta tarde se han quedado huérfanos dos niñitos de la comunidad. Sus padres han muerto en un accidente de tráfico. Por favor, adóptalos y te encargas tú de ellos. Cristina miró al sacerdote, pensando que seguramente había perdido el juicio. Pero sólo dos minutos después, pensó que no tenía nada que perder. Dos criaturas se habían quedado solas en el mundo, casi como ella. Podían solucionarlo. Así que aceptó el acuerdo, y se asentaron en una pequeña casa justo delante de la parroquia.

Unos pocos meses después, el Padre Aldo volvió a llamar a la casa de Cristina, y esta vez traía un bebé que había sido abandonado. Una madre adolescente de 15 años no había sabido hacer otra cosa con un hijo que ni deseaba ni se sentía capaz de sacar adelante. Y Cristina lo aceptó en su casa. Desde entonces han pasado miles de niños por la casa de Cristina, que ahora se llama La Casita de Belén. Actualmente tienen 30 niños, cada uno con su historia y su cruz. Pero allí son felices, están atendidos, limpios, comen cada día, tienen amigos y una madre.

Los niños tienen la obligación de limpiar las habitaciones por turnos, un día los chicos y otro las chicas. Y cómo lo hacen de bien. Cuando terminan persiguen a Cristina por toda la casa diciendo tía, tía, ¿nos podemos bañar ya? tía, hace calor, ¿cuándo nos bañamos en la pileta? tía, tía, tía… Y Cristina, a la que todos llaman tía, revisa que todo haya quedado precioso. Después, con una sonrisa de oreja a oreja les dice que ya pueden bañarse en la piscina, pero que primero tendrán que ponerse los trajes de baño. Entonces se acercan todas las niñas, se levantan la camiseta, y enseñan orgullosas un bañador rosa, otro naranja, otro más rojo, y así hasta 20 diferentes.

El ambiente que se respira en La Casita de Belén es especial. Todos esos niños son especiales. ¡Qué contenta estoy de poder sentirlo! Soy muy afortunada de estar aquí…

Pero -siempre hay un pero-, esta tarde he vivido también lo más difícil desde mi estancia en Paraguay. Cuando estaba en la piscina con los niños, han sacado a uno de los bebés para arreglarlo. Se llamaba Juan, y era una auténtica monada. Yo me he acercado a otra de las voluntarias a preguntar por qué ese niño tenía un trato diferente, y me ha hecho un gesto de esos que sólo pueden significar un luego te cuento. Tan sólo diez minutos más tarde, he vuelto a ver a Cristina hecha un mar de lágrimas, con Juan en brazos. Le he preguntado que qué le pasaba, y entre sollozos ha murmurado un triste Juan se va para siempre. Ha venido su mamá. Con cada palabra se me iba achicando más el corazón, y me daban ganas de abrazarla muy fuerte y decirle algo así como no te preocupes, o te entiendo, o cualquier cosa que le pudiera tranquilizar. Aunque sinceramente dudo mucho que yo pudiese hacer o decir nada para aliviar su dolor.

Cristina es la madre de todos. Les trata como una madre, y les quiere como una madre. No quiero ni imaginar lo duro que tiene que ser para una madre entregar su hijo a otra mujer. Y entonces, en ese justo momento, he entendido de verdad lo que es el Amor. Cristina es Amor. Y yo quiero parecerme aunque sea un poquito a ella.

No me hace falta que un papa me diga que esta mujer es santa, porque de verdad, os juro que Cristina lo es.



2 comentarios:

Luz dijo...

Espe cielo... has hecho que me saltaran las lágrimas con esta historia...

Concha dijo...

Espeeee, que he tenido unos días que no he podido acceder a tu blog y con las dos historias que llevo leidas ya he llorado!!!
De verdad que TE ADMIRO TANTO!!! Eres la bombaaaaa :-)
(Y voy a seguir leyendo que no me quiero perder nadita!!!