Hoy ha sido uno de esos días que marcan un antes y un después en la vida de cualquier persona, un día que jamás se borrará de mi memoria y que siempre recordaré como dramático en mi vida. Muchas personas ni siquiera se pararían a pensar en lo que me ha pasado, pero yo lo considero casi -casi- una aberración.
Resulta que me encontraba yo lidiando con varios niños, separando a dos después de reiteradas peleas, breando con diferentes bebés que habían estado al borde de la muerte por ahogo, suicidio, deshidratación y caída de un columpio, y tratando de que una niña dejara de llamarme puta (una linda enana de 5 años) porque me he enfadado con ella por pegar con un estuche de madera a Nelson -os recuerdo, un bebé de un añito con SIDA-. Después de todo eso, con el calor aplastante y 32 niños a mi cargo, ha llegado el momento en que otro chico, con toda la saña del mundo, se ha puesto a tirar unos libros que yo acababa de recoger. Le he pedido amablemente que parase, pero todo intento de razonamiento era inútil. Y aquí es dónde empieza mi problema: él me mira desafiante, yo le sonrío, él me escupe, yo le digo con tonito advertencia que deje de hacer eso (para los que no sepan la definición exacta de este extraño término, consultar a cualquiera de mis tías Mingo, ya que son las primeras creadoras de sus sonidos, y encargadas directas de expandir las diferentes versiones con hijos y/o sobrinos. Si desean practicar, ponerse delante del espejo, arrugar la frente, torcer el labio en una mueca amenazadora, y si se desea un mayor efecto, hablar con un ligero rintintín agudo en una frase que incluya la palabra no cuantas veces considere necesario). Perdón, retomo la historia: estoy con el niño que tira los libros, él no quiere parar, y tras una intensa mirada de unos 20 segundos, él se pone en actitud traviesa, coge un libro más y lo tira por los aires con la mala suerte de que va a parar en la cabeza de otro bebé, que empieza a vomitar sin parar. Yo ya, sin saber cómo reaccionar y con un dedo en alto (mal, esto empieza mal), le miro con con mi mejor cara de pocos amigos y le digo que eso no se hace. Como es lógico, él me pregunta que por qué. Y yo... -Ay, hasta me da vergüenza escribirlo-. Yo... Yo respondo: ¡porque lo digo yo!
Cuando era pequeña, me juré a mí misma que jamás, JAMÁS, diría a nadie -y menos a un niño- que algo no se hacía porque lo digo yo. No sé quién fue la primera persona que formuló esa frase, pero desde luego tenía muy mala uva. ¿Qué clase de explicación es porque lo digo yo? En el mismo momento en que me he escuchado, he oído a mi madre en mí, y puede que incluso la haya entendido algo más. Y he mirado al niño, que ha parecido entender a la perfección que porque lo digo yo, era un motivo de peso para dejar de tirar libros por los aires. Eso ha sido lo peor. No me gustaría educar a un niño en que las cosas se basan en los motivos inexplicables de los adultos, y a pesar de que la mayoría de vosotros ahora mismo estaréis pensando que los niños necesitan límites, yo no estoy de acuerdo en que poner una cara de mala leche y decir porque lo digo yo sea una manera de educar a uno, sino más bien de maleducarle.
Hace poco, Diane Keaton se lanzó en un nuevo trabajo cinematográfico que tenía precisamente ese título: Porque lo digo yo. La película resultó ser muy mala aunque bastante divertida, y ahora mismo me parece la mejor manera de explicar lo que el efecto porque-lo-digo-yo tiene sobre los hijos, o al menos sobre las personas menores a las que cuidamos con frecuencia, y que consideramos que tenemos que educar. Una figura dictatorial que acaba cada frase diciendo a sus hijas ese chirriante e indómito porque lo digo yo. En realidad, no hay mayor aliciente para un niño que un porque lo digo yo para seguir rebelándose contra algo que aún no le han explicado.
Porque en el fondo los niños son muy razonables. Si ellos entienden los motivos, dejan de hacer eso que les puede perjudicar a ellos o a otros. Pero tienen necesariamente que llegar a entenderlos, y la parte más complicada de educar es justo esa: conseguir que un niño comprenda sin necesidad de recurrir al absurdo porque lo digo yo.
Yo espero de todo corazón que mi porque lo digo yo de esta tarde sea el último que pronuncie mi boca en toda mi vida, aunque supongo que voy a tener que hacer un ejercicio interior enorme para que no me pille desprevenida y salga disparado, porque además esa es otra, tú ni te enteras, se te queda en la punta de la lengua y se te escapa sin que te des cuenta.
Ahora sólo me queda ser fuerte y armarme de paciencia, y eso sí que es... ¡Porque lo digo yo!
3 comentarios:
Espe:
No te quejes, ni te arrepientas, los "porque lo digo yo" de la hermana pequeña de tu tía Monchi no ha dado tan malos resultados.
Un beso muy fuerte
Hija a la hora de educar a un niño todos empezamos explicando, razonando...pero,desgraciadamente, llega un punto en el que "porque lo digo yo" es lo único que se te ocurre y encima funciona! como tu misma has podido comprobar.
Ánimo y no preocupes por eso
Yo tengo asumido que diré más 'te lo digo yo' de los que me gustaría....pero no creo que tenga paciencia suficiente...
¡¡Ojalá lo consigas! Me parece un objetivo muy interesante y valiente! (como todo lo que haces ultimamente, por cierto!)
Publicar un comentario