Hay familias que realmente se mueren de hambre, y por mucho que descubrirlo forme parte de mi experiencia aquí, me sigue costando horrores aceptarlo. Hace ya unos días, antes de que se cerrara el comedor por vacaciones, me di cuenta de este problema, y se lo comenté a mi tía con una mezcla de indignación y ganas de hacer algo.
Al final, se nos ocurrió la solución de analizar cuáles eran de verdad las familias más necesitadas, montar paquetes con comida, y fijar un día para ir a llevárselas. Y hoy era el gran día.
La tía no me quiso dejar la camioneta para ir a repartir las pesadas bolsas porque no quería que diésemos la imagen de políticos haciendo campaña, así que buscamos la solución que más nos favorecía: pedir su carrito de recolectar plásticos a Ña Eva. Y ella aceptó, así que a las 8 de la mañana, tenía en mi casa a dos psicólogas, una trabajadora social, una mamá del comedor, y su marido como portador del carro que nos acababa de salvar de una esguince lumbar por lo menos.
Y media hora después, ya andábamos recorriendo las calles llenas de fango del Bajo, el barrio en el que viven mis niños. La primera parada era la casa de los Tillería. Allí viven como 40 personas (la abuela, todos sus hijos y su correspondiente prole), pero sólo nos interesaba una parte de su numerosa familia. Son como 8 hermanos, y no tienen ni un mendrugo de pan que llevarse a la boca. La madre les abandonó hace tiempo, y tienen que buscarse la vida para no morir de hambre. Son el ejemplo más claro de la lucha por la supervivencia que he visto nunca... Creo que la casa de los Tillería ha sido la más difícil, porque todos nos miraban esperanzados, deseando que sacáramos un paquete también para ellos. Pero lamentablemente, sólo unos pocos se beneficiaron de nuestro estudio.
La siguiente meta, por supuesto, eran los Acosta. Me dio una lástima horrible ver a Librada, que en una semana ya está otra vez hecha un escuerzo. Y de Carlos, al que los otros siguen llamando papá. Pregunté por la abuela, pero había salido de una manera un tanto misteriosa, porque la Secretaría de la Niñez la había citado esta mañana. Ya me enteraré de qué ha pasado... Aparte de eso, mientras observaba en aquel patio lleno de escombros a mis cuatro niños predilectos, pude captar algo de una conversación que me inquietó bastante: hay un menonita -que pertenece a una de las tribus indígenas del Paraguay- que ha querido pagar por llevarse a Librada. Gracias a Dios los Acosta han rehusado la oferta, pero les da miedo que en cualquier momento alguien la secuestre cuando estén los niños solos camino del comedor. Tengo que pensar en una solución para eso...
Mientras salía de allí, con el alma por los suelos y la mente funcionando a toda velocidad, casi no me he dado cuenta del camino por el que estábamos pasando. Cada vez había más fango, un paseo de vacas también raquíticas nos miraban sin siquiera cambiar el gesto, y una hilera de niños se acercaban para saludar, conscientes de que no habíamos ido hasta allí en vano. Por fin dimos con la casa de los Vázquez: un trocito de tierra, cuatro maderas mal puestas, un cuarto de baño con restos de pancartas publicitarias y muchas personas viviendo allí... Los niños se habían teñido el pelo de rubio, y resultaba hasta cómico verles con la piel casi negra, los ojos rasgados, y en la cabeza un algo fosforito que llamaba la atención a kilómetros de allí... También me he enterado por casualidad, de que los Vázquez viven a orillas del río, y que si sigue lloviendo así, se les inundará la casa... ¡Pobre gente!
La otra familia a la que hemos ayudado es la de los García, la de Ña Eva. Pero dado el calor que hacía, y lo agotadas que estábamos tras la caminata, hemos preferido dejarle la bolsa y que se la llevase ella misma tan ricamente.
Conclusión: he llegado a casa sedienta, llena de suciedad, con los pies negros, con todos los brazos quemados por el sol, y con la cabeza dando vueltas supersónicas, en busca de una solución que aún no me viene a la mente. Sé que se puede hacer algo más. Ahora sólo tengo que saber el qué. Se aceptan sugerencias...
Un ejemplo de casa del Bajo
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