lunes, 1 de febrero de 2010

Resentimientos heredados

Un día, mientras caminaba por la Avenida Atlántica -el paseo marítimo de Copacabana-, me acerqué a un puesto en el que se vendía artesanía. Desde que vivo en Paraguay, doy más importancia a este tipo de cosas hasta el punto de llegar a considerarlo arte... El caso es que visualicé una manta rayada extendida por el suelo, y a un señor que vendía todo tipo de collares, bolsos, fuentes... Miles de artículos realizados con elementos naturales, como madera, conchas, plumas, cocos, hojas...

Ese señor no tenía rasgos brasileños, y me llamó la atención, así que le pregunté de dónde era. Al final acabamos manteniendo la conversación más surrealista de mi vida. Os la reproduzco:

- Buen día, señor. (Silencio). Usted no es brasilero, ¿verdad?
- No. Soy de América.
- ¿De América?
- Sí, soy indígena. ¿Eres italiana?
- No, española.

La cara del susodicho se tornó agresiva de repente.

- Pues América pertenece a los indígenas. Todos somos americanos, y los españoles nos la robaron.
- Pero... Señor, ¿por qué se enfada? Sólo le he preguntado eso porque no parece brasilero...
- Y no lo soy. Soy americano. Y no quiero que vengas a imponerme nada, ni a evangelizarme ni a conquistarme como hiciste en el s. XV.

Yo estaba alucinando con el indígena, pero sentía curiosidad por su inexplicable resentimiento, así que le pregunté:

- Tiene razón, los españoles de la época no tenían ningún derecho a venir e imponer nada, pero usted no estaba allí ni yo tampoco. Jamás se me ocurriría hacer eso... Yo sólo quiero ver sus productos, que me encantan...
- Pero vinieron, y nos quitaron nuestro territorio. Aquí ya había habitantes: nosotros. No descubrieron nada nuevo.
- Ya lo sé, señor. Lo sé.

Él seguía enfadado, como si sufriera.

- Pero, ¿por qué se pone así?
- Porque me estoy sintiendo muy mal. No me gusta tu compañía...
- Entonces, evidentemente nos vamos... Adiós, señor.

Y nos fuimos, dejando atrás al indígena cabreado. Entendí su malestar, y me encantó que se expresara conmigo sin tapujos. Si todos hiciésemos lo mismo, se acabarían la mitad de los problemas. Pero no hay ni una sola cosa que hayan vivido nuestros antepasados, ni siquiera nuestros padres, que merezca semejante sufrimiento.

Cuando era pequeña y estudié por primera vez la Conquista de América, esa Historia en la que te cuentan que Isabel la Católica tuvo que vender sus joyas para financiar el viaje de Colón aún a riesgo de volver con las manos vacías... Cuando mi profesor D. José me lo contó orgulloso, cuando se le henchía la boca al mencionar a los Reyes Católicos, o la expulsión de los moros de Granada, o la quema de brujas, o la deshonra de los judíos... Cuando descubría todo eso, me acerqué un día a mi madre, y le dije indignada lo mismo que me había contado ese mismo día el indígena, planteando una sencilla pregunta: ¿por qué decimos que descubrimos América si ya había gente allí viviendo? Eso no es justo. Yo no debía tener más de 8 años, y aún así me di cuenta perfectamente de lo desigual que está repartido el mundo desde tiempos incalculables...

Claro, que luego crecí y se me fueron olvidando todos estos conceptos... Pero la realidad es que América era de los americanos, no de los españoles. Lo sé, lo comprendo, y trato de ponerme en el lugar de los hombres del medievo y de sus cuestiones, por eso hago una ligera reflexión y paso a preocuparme por cosas que afectan a mi presente y a mi futuro. No a las que afectaron a mis ancestros medievales. 

Jamás heredaré el resentimiento de nadie, ni siquiera el relacionado con la Guerra Civil Española -que anda que no da lata a día de hoy-. Porque yo no la viví, no conocí a Franco ni a Carrillo, ni a nadie. Me han contado muchas historias, de un lado y del otro. Y yo me quedo con la experiencia de todas esas personas, con su sufrimiento, y con los mensajes sabios que camuflan en sus relatos, pero ya está. Y yo, a vivir mi vida, que para eso es mía. Y a agradecer no haber pasado por todo eso. Y gracias también al indígena indignado por hacerme recordar todo esto. Gracias... 


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