¡Feliz Año Nuevo!
Se podría decir que para mí, el 2010 ha empezado de una manera algo diferente. Quizá es una señal carmática de lo que me deparará el año, o ya puestos, toda la década, pero lo cierto es que tengo una intuición que me dice que todo esto acabará bien...
Aún así, es extraño no estar con mi familia en estas fechas. Supongo que es una experiencia, un aprendizaje, e incluso una proeza más que anotar en mi cuaderno de cuestiones superadas. Pero también creo que es duro. Ahora, mientras escribo, me acuerdo de mis padres y de mis hermanos, de Montse, de Jorge Parise y Marta de Diego, de sus hijas Marta y Ana, y de Giuseppe. Dedico unos minutos a todos ellos, a los que están cenando en mi casa, compartiendo este día, deseando acabar un año y empezar otro con las personas que quieren. Me imagino cómo habrá sido la cena: mi madre habrá puesto un cartelito delante del asiento de cada uno, con algún mensaje bonito que a mí me habría emocionado; habrán hecho juegos, y gracias; habrán cantado y se habrán arreglado para la ocasión. A las doce menos cuarto, aún con la cocina patas arriba, alguien habrá dado el aviso de que quedan sólo quince minutos, y mi madre y Belén se habrán pelado las uvas para facilitar el trabajo.
Mi padre, como siempre, habrá pensado que es una ordinariez acabar y empezar el año comiendo, así que se habrá hecho con una copa de cava, y esperará sentado en un lugar privilegiado, gastando bromas, y preguntándose cómo es posible que Ana Obregón exista y Ramón García siga presentando el programa "Especial Campanadas" en televisión.
Álvaro y Gonzalo habrán intentado convencer a mi madre para que también les pele las uvas, y Montse seguramente haya tratado de explicar cómo funciona eso de los cuartos y las campanadas. En cuanto empezase a sonar el primer dong, todos -menos mi padre y quizá Giuseppe- tendrían las manos entre la boca y el plato. A eso de la séptima, una voz diría a mí ya no me quedan más uvas, y en la duodécima, a alguien le sobrarían tres. Con la boca aún llena, en ese preciso instante en el que los que han salido ilesos del atracón frutícola se sienten orgullosos de no haberse atragantado y haberlo hecho bien, mi madre se habrá paseado acelerada, dando abrazos a todos y deseando un -ruidoso- feliz año nuevo.
En esta ocasión mis felicitaciones han sido via webcam, gracias a las nuevas tecnologías y a un señor lituano muy simpático que inventó el Skype. Aún así, no es lo mismo. Todos los años, las fiestas son iguales, cada uno tiene su rol y es fiel a él. No varía nada. Pero cuando no puedes estar ahí y vivirlo, sientes que te han arrancado una parte de ti misma.
No puedo evitar pensar en todas esas familias peleadas, en las personas que pasan solas estos días, en los mendigos muertos de frío, en mis niños muertos de hambre, en los suicidios... Gracias a Dios, yo hoy he vivido el fin de año con mi tía Concha, y puede que también ésta sea mi única ocasión de compartir estas fechas con ella. Las dos lo sabemos, pero yo estoy muy agradecida por haber visto la otra cara de la Navidad, porque ahora al menos, he aprendido a valorar lo que significan estas fiestas. Y quizá dentro de 365 días, disfrute mucho más del cartelito de mi madre, de los juegos de Montse, y de toda mi familia en general.
Y por si esto fuera poco, hoy he tenido la suerte de tomarme dos veces las uvas: a la hora española, y a la paraguaya.
Y por si esto fuera poco, hoy he tenido la suerte de tomarme dos veces las uvas: a la hora española, y a la paraguaya.
2 comentarios:
Espe, también he pasado la noche sin mi familia por primera vez... pero con la de mi esposa. Ha estado guay, y en un chino, por lo que lo de las uvas ha sido una "lisa".
Feliz año nuevo, mejor aún que este último que ya se ha ido.
Un beso,
AY Espe....ya he lagrimita de nuevo con uno de tus textos, me identifico tanto con lo que escribes!
Besazos!
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