jueves, 31 de diciembre de 2009

Congelando el 2009

Ya es 31 de diciembre, una vez más hemos llegado a otro último día del año, y como siempre, me gustaría hacer una breve reflexión de lo que ha sido mi 2009. He aprendido mucho de este año, muchísimo. Voy a hacer un repaso, y espero no dejarme nada por el camino.

El mes de enero empezó a dieta hidratófoba (casi como el nuevo que entra), con unos reyes increíbles y nada de frío. Aún con el recuerdo muy vivo de la nieve y los ridículos grados invernales polacos, me centré en los exámenes que se avecinaban, y que me dejarían algo de protocolo en la espalda, para darme un último impulso después del verano...

En febrero marché a tierras celtas, para encontrarme con mi Panchito en Moate, el pueblo irlandés en el que estaba viviendo ese curso. Disfruté por segunda vez en mi vida de Dublín, vi ovejas negras -de las de verdad-, fui a la fábrica de Guiness y empecé a apreciar el sabor de la cerveza... Paseé por las calles de la ciudad, gané al conti y me despedí de mi hermano pequeño, con una lagrimita resbalando emotiva por la mejilla izquierda.

En marzo compartí una experiencia única con mi padre, descubrí una mirada que no había visto nunca, y me propuse empezar a crecer yo sola. En marzo también comencé a trabajar en una empresa de poker online, conociendo a gente de todo tipo, y haciéndome pasar por una inglesa cotilla, una española divertida y una argentina despistada.

En abril pasé la Semana Santa en Torremenga, con mi familia, y marujeé con mis primas hasta que se nos secó la lengua. Nos pusimos al día, nos contamos las novedades, y nos animamos a seguir cumpliendo nuestros sueños trotamundísticos.

En mayo salió el sol para quedarse. Me encanta cuando se colocan las terracitas en Madrid, y todos podemos empezar a disfrutar de los aperitivos matinales, de los tours de cañas y tapas por el centro, y de las exposiciones al aire libre... Mayo es un mes muy especial para mí, sólo porque sale el sol, y me anima a estar en la calle, a emocionarme con la ligera brisa que aún pasea a mediodía y a hablar con mi madre durante horas en la terraza de casa.

En junio acabó el curso, con un recuento de dos suspensos para septiembre, y el ánimo un poco dormido. Aún así, alegre por el verano que se avecinaba, aparqué los libros y palpé un poco del calor sofocante que nos sorprendería a todos unos días después.

En julio trabajé, fui mucho al cine, estuve un fin de semana en Torremenga, y soñé con el mes siguiente. También estuve en Guadalajara, en la boda más bonita que he visto en mi vida: la de mi prima Leonor con su novio Mateo.

En agosto me fui unos días de vacaciones a Oviedo, y otros a Londres a ver a mis hermanos. Conocí a Giuseppe, me divertí, paseé por la capital británica, y comprobé que toda Inglaterra había perdido el glamour con el que yo la recordaba. Un río de españoles y árabes pegándose por cruzar Oxford Street consiguen quitar las ganas hasta a la mismísima Reina Isabel. En agosto también me diagnosticaron un hipotiroidismo y una prediabetes, y me empecé a medicar.

En septiembre me licencié, y me colgué el título de Publicitaria y Relaciones Públicas, experta en Protocolo. Justo después decidí irme a Paraguay a hacer un voluntariado, y empecé a preparar mi viaje, a vacunarme (de la fiebre amarilla, del tétanos, de la fiebre tifoidea, de la hepatitis A, y de algo más que se me olvida), a comprar productos para los mosquitos, para los piojos (que no han servido para nada) y para los bichos en general.

En octubre celebré mi cumpleaños como una princesa en el Parador de Tortosa (Tarragona), me despedí de mi familia y de mis amigos, me embarqué hacia las Américas, y en cuanto puse un pie en el Paraguay, pensé que me volvería a mi casa en un mes como mucho. Retomé mi blog, y me propuse escribir diariamente mi experiencia para que quedase constancia de lo que pasa en el mundo. Quería reflejar las injusticias, relatarlas en primera persona, y hacerlas reales. Afortunadamente sois muchos los que me seguís leyendo a diario aún dos meses después.



Con Librada Acosta

En noviembre empecé a hacerme con el comedor en el que trabajo ahora. Los niños ya me conocían, y me saludaban por la calle. Me presentaron a muchas personas, y pude saber algo más del país que me acogía.

Y en diciembre he seguido al pie del cañón con mis niños -que ya son míos para siempre-. He organizado un festival, una coreografía, una obra de teatro y una campaña de Navidad para recaudar fondos (con bastante éxito, por cierto). Ha pasado una Navidad en una congregación a 12.000 kilómetros de mi casa, y he llorado. He programado un viaje a Río de Janeiro para enero de 2010, y mis padres me han confirmado que vendrán a verme en febrero del año próximo. Me he hecho amiga de las monjas, he paseado por el Botánico, y me he conocido a mí misma... En diciembre he hecho una valoración de este año, y la verdad es que no me he quejado ni un poquito. He aprendido a apreciar más lo que tengo, a querer más a mi familia, he descubierto quiénes son mis verdaderos amigos... He viajado, he escrito, he pintado, he hecho fotos, me he apuntado a un gimnasio y he ido, me he quitado algunas cadenas que me limitaban, y doce meses después me puedo describir mucho más feliz que el año anterior.

Definitivamente este año ha sido muy bueno. He crecido en todos los aspectos en los que puede crecer una persona (a ver si en 2010 encojo un poquito en el único punto que aún tengo pendiente), y voy a empezar el año cargada de ilusión y de ganas. Aún así, he aprendido que no hay que esperar a que sea 1 de enero para retomar tu vida. Lo realmente grandioso, mi mayor lección del 2009, ha sido que descubrir que cualquier día es bueno para volver a empezar.



Con Dahiana

2 comentarios:

Unknown dijo...

!!Qué fotos más bonitas has puesto y qué monada de niños !!

Realmente este año ha sido intenso para ti. Seguro que el que viene, es aún mejor.

Te deseo, con todo mi corazón, un feliz año!!

Un beso, Belén

JOSE LUIS MINGO dijo...

Muy bien Espe y el año 2010 será aún mejor.

Un beso muy fuerte