miércoles, 10 de febrero de 2010

Buenos Aires, mon amour


Cuando camino por Buenos Aires, me imagino que estoy en cualquier ciudad de Europa, quizá París, quizá Londres. Paseo alrededor de edificios enormes, casi mausoleos romanos, y me siento como en casa. Las anchísimas avenidas me recuerdan a la Castellana en hora punta, y las argentinas me sirven como reflejo de la moda en la otra parte del mundo.

Mi padre siempre me decía que no había más europeo que un argentino, y he de reconocer que le tengo que dar toda la razón. Empezando el recorrido por la ciudad en el barrio de La Boca, puedo percibir el ambiente napolitano, con sus habitantes repintando las casas policromadas, y las abuelitas –de riguroso luto- haciendo croché sentadas en la puerta sobre sus sillas de enea.

Continuando por la Plaza de Mayo, imagino a las miles de mujeres que aún hoy se manifiestan cada jueves reclamando un poco de justicia. Casi puedo sentir la angustia de esas madres, luchando por averiguar el paradero de sus hijos, sin más esperanza que la de llamar la atención de los políticos de la Casa Rosada.

Ya en el cementerio de La Recoleta, en el que está enterrada Evita, trato de saber más de su vida –aunque siempre fui bastante fan del remake de Madonna-. Me encantan esas historias antiguas, en las que las señoras aparecían deliciosas en sus fotos en blanco y negro, y los hombres miraban a las cámaras de perfil, a menudo con un cigarrillo recién liado en la boca. Me gusta mucho el personaje de Eva Perón, tan distinguida y elegante, con su afán de superación, su lucha incansable, y el misterio que rodeó siempre su vida. Me gustó pasear por las mismas aceras que un día ella pisó, y dejarme llevar por esa sueva brisa que me acompañó durante todo mi viaje a Buenos Aires.

Después de tres horas de intenso turismo –en las que me sentí guiri por primera vez en mi vida, en un autobús tipo city tour, rodeados da japos con sus Nikon-, paramos en Puerto Madero, para disfrutar de una agradabilísima comida frente al paseo marítimo de la ciudad. Me parece que es un lugar lindísimo, lleno de rinconcitos sin explorar –y otros sobreexplotados-, con bailarinas de tango por las esquinas, vendedores ambulantes de alfajores y argentinos que se saben italianos que hablan español.

Buenos Aires es una ciudad para estar una semana (o dos meses). Es uno de esos sitios que enamoran, con sus barrios glamourosos y sus partes alegres aunque pobres. Sin lugar a dudas, volvería encantada, y sé que repetiré la experiencia de tango con malbec antes de regresar a España definitivamente.

Hoy ya llegué a Asunción de nuevo, previo paso por el aeropuerto (¡me horroriza el tema del avión!), y posterior recibimiento floral de mi tiísima. Siempre es bueno volver a casa… Aunque ya os voy diciendo que en un par de días me vuelvo a Brasil, pero esta vez me quedó en Iguazú. ¡Qué ganas de conocer al fin las cataratas!


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