miércoles, 17 de febrero de 2010

El Chaco Paraguayo

El lunes por la mañana me preparé para viajar con mis padres, mi tía y varias monchis a Pozo Colorado, un internado que las hermanas tienen en mitad del Chaco. Una vez más, fui todo el camino en la parte trasera de la camionata, llena de cojines por el suelo, y maletas y bolsas a los lados. Como la puerta del maletero estaba rota, cada cierto tiempo teníamos que sacar las manos por las ventanillas y hacer aspavientos para indicar al conductor que parase. Y así nos pasamos las cinco horas hasta que llegamos a nuestro destino. Pero ahí no acaba todo: resulta que como los bultos que nos rodeaban no estaban muy bien colocados, cada poco rato se nos caían encima, por lo que nos montamos un escenario propio del mejor de los contorsionistas, y parecía que estábamos en mitad de una partida de twister. De vez en cuando se oía un tu pie a la bolsa de la izquierda, o también las piñas, agárralas con tu mano libre. Fue graciosísimo, aunque llegamos con tal dolor en la rabadilla, que yo aún -tres días después- no me puedo sentar sin presionarme antes las lumbares e ir descendiendo lentamente como si se me fuese la vida en el movimiento...

Durante todo el camino, las monjas fueron contando historias de gente a la que habían picado serpientes de todo tipo, días en que mi tía se cruzaba cascabeles como quien come pipas, o los peligros de los alacranes en las duchas por la noche. Mi madre estaba muerta de miedo, y no se separaba de su linterna por si las moscas. He de añadir que el Chaco es una mezcla entre selva y desierto: por un lado hay sequía, pero por el otro hay una vegetación selvática impresionante.

En cuanto nos mostraron la habitación, nos hicieron un recorrido por el internado. Las habitaciones de las niñas eran parecidísimas a las de los presos de Auswitzch: camas ridículas (pero en dos alturas) con unos lavaderos de fondo y alguna letrina, la cocina en la que cada día se da de comer a 340 personas, el patio de juegos, el lavadero donde los chicos lavan y planchan sus ropas a diario... No os podéis hacer una idea del tamaño de aquel lugar, ni de su organización. Es como una aldea para niños, pero terriblemente pobre...

Al día siguiente, ya más animados, nos adentramos aún más en la selva hasta Filadelfia, el poblado menonita. Los menonitas son una etnia formada por alemanes que emigraron al Chaco hace cosa de 70 años, y se asentaron allí. Estas gentes tienen su propio sistema educativo germánico, sus hospitales impolutos, sus leyes estrictas, sus supermercados llenos de salchichas, sus casas medio tirolesas, sus avenidas absolutamente cuidadas, sus cabellos rubios... He de decir, que es el mejor pueblo que he visto desde que llegué a Paraguay. La organización es perfecta, está limpio y cuidado, las tiendas parecen tiendas en vez de antros, y las personas son... europeas. Me pareció curiosísimo ver algo así en mitad de la selva, y me pregunté qué llevaría a un grupo de alemanes a asentarse en la otra parte del mundo, en un clima infernal, y en unas condiciones tan diferentes a las suyas, pero la realidad es que allí están y parecen felices.

Desde luego, si alguna vez alguno de vosotros os animáis a venir hasta Paraguay, os recomindo esta excursión, que si bien incómoda y pesada, merece la pena sin lugar a dudas...

El caso es que como no paraba de llover, se nos hizo retarde, y tuvimos que quedarnos una noche más en Pozo Colorado, a pesar de no tener más ropa, estar sucios, costrosos y malolientes...
Dejando eso aparte, os digo que he pasado tres días y dos noches en el Chaco Paraguayo, y yo no dejaba de pensar que yo en un principio estaba destinada a quedarme precisamente en ese internado. Me pregunto si estaría tan contenta como ahora, si me hubiera adaptado bien y, sobre todo, me planteo si aún estaría allí, porque la vida en el Chaco es muy dura, durísima. Quién sabe si al final me animaré. Quién sabe...

Yo sólo sé que hoy he llegadoa Asunción de nuevo, con mis panrtalones largos llenos de barro hasta las rodillas, con picaduras de mosquito mutante, con el pelo como si me hubiese caído un bote de gomina encima, y con los ánimos por los suelos. Mis padres ya se han decidido a montar una Fundación para ayudar a la causa. Yo por supuesto que colaboraré, pero mi mente ya está traginando algo más grande. Ya os contaré más adelante, cuando tengas las ideas más claras y el corazón menos encogido.


Una parte del colegio en Pozo Colorado

1 comentario:

Concha dijo...

Yo me apunto a tu proyecto y a la fundación!