martes, 2 de febrero de 2010

La impactante vuelta a Asunción

A las 6 de la mañana salimos del hotel, echamos un último vistazo a Copacabana, y con un tímido adiós subí en el autobús que me llevaría hacia la estación de Río. Por el camino iba yo, entre dormida y sorprendida. Las calles, repletas de favelas, dejaban entrever esa parte de la ciudad que yo no había atinado ni a conocer...

Tres horas después, me estaba montando en el onibus que me llevaría a Sao Paolo, y 10 horas más tarde, en el que me devolvería de vuelta a la normalidad en Asunción. Durante el camino conocí a una paraguaya de madre catalana, que me contó su vida aquí y me prometió invitarme algún domingo a paella de marisco en su casa... 

Y en ese mismo trayecto hice una ligera reflexión sobre mis vacaciones. Eché un vistazo una vez más a las más de 300 fotos, y pensé que algún día volvería a Sudamérica. Pensé en mis padres, y en su llegada inminente. Y también traté de imaginar cómo sería Buenos Aires... Tenía morriña y me sentía algo ñoña...

Cuando entré por la puerta, ya en casa de las hermanas, tuve una sensación devastadora, porque fui consciente de que mi vida está en Madrid, y que en realidad no había regresado a mi casa, sino que había hecho una nueva parada en mi experiencia aquí. De que por mucho que viaje, que trate de conocer mundo, de que a pesar de que tache países que visitar de mi interminable lista de "Cosas que hacer antes de morir", por mucho que desaparezca durante días, meses o años, siempre volveré a Madrid, porque allí está mi vida entera... Y eso que aquí estoy fenomenal, las monchis me tratan como a una marquesa, y los niños me encantan.  Pero, aunque suene cursi, mi hogar no es éste.

Y volviendo a mis pensamientos, fui consciente también por primera vez, de la pobreza de este país, de su miseria, de su clima infernal, de su escasez de recursos, de su nula oferta de ocio, de sus limitaciones, de la inexistencia de edificios altos, de la ausencia de multinacionales... Vi Paraguay como un país del Tercer Mundo, cosa que antes no había querido ni oír. Me hizo falta ir hasta Brasil y ver sus hermosísimos rascacielos, sus autopistas asfaltadas, sus Coca-Colas enlatadas a 1€, sus centros comerciales con cúpulas acristaladas... Realmente me sentí allí como una niña a la que están redescubriendo el mundo... Y también pensé en mis niños, en sus posibilidades, y en cómo acabarán la mayoría de ellos, y me sentí fatal por ser una niñata, urbanita, pija y caprichosa. Me sentí mal al saber que yo volveré algún día y seguiré con mi vida. 

Buscaré un trabajo, viviré en un pisito monísimo, me iré de vacaciones, pasaré algún fin de semana en Torremenga junto a la chimenea, seguiré yendo al cine los domingos, contribuiré a la imparable expansión de Coca-Cola, pagaré un gimnasio estupendo con spa, quizá incluso me apunte a clases de francés, y comeré foie de Mallorca con mis amigos... Y mientras yo haga todas esas cosas, mis niños estarán rebuscando en las basuras, o cantando en un colectivo por una moneda, o robando comida en alguna tienda, o prostituyéndose en la esquina de la iglesia de Trinidad por ochenta céntimos de euro... 

Hoy hace una semana que volví de Río, y no hago más que pensar en eso. La idea me machaca la mente y me tortura por las noches, porque el problema no está sólo en estos 100 niños, sino que desgraciadamente, son muchos más los que sufren las penurias de la verdadera pobreza que los que vivimos como reyes en nuestros confortables y lujosos hogares. Llevo una semana llorando por dentro... No sé cómo reaccionar a esto... Llevo una semana llorando...


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