lunes, 8 de febrero de 2010

El día que me quieras

Una de las cosas que más me apetecían de Buenos Aires era precisamente asistir a un espectáculo de tango en directo. Pues bien, ayer me fui con mis padres y con un amigo argentino de la familia a un restaurante encantador, antiguo. Me recordaba un poco al ambiente del Moulin Rouge, todo tan rojo, tan dorado, tan sensual...

Estaba claro que éramos turistas, como los miles de alemanes, estadounidenses y japoneses que nos rodeaban, todos con la cámara de fotos colgada, esperando... Pero a mí eso no me importó en absoluto, porque por primera vez desde que me vine a Paraguay, me arreglé como una princesa, con mi vestido nuevo palabra de honor (que mi madre no podía dejar de mirar de reojo extrañadísima), bien maquillada, bien perfumada, y bien sonriente...

Cuando llegamos al restaurant, llamado Esquina Homero Manzi (¡recomendado!), nos sentamos en la mesa que estaba reservada a nuestro nombre, y pedimos por supuesto un buen lomo argentino y un malbec (a mí salud, claro). Yo estaba disfrutando muchísimo de mi copita y de mi exquisita comida, así como de la agradable conversación de Alejandro -el amigo de mis padres-. Y cuando él y yo descubrimos que nos habíamos pimplado una botella entre los dos, nos miramos, sonreímos, y en cinco minutos nos trajeron una nueva para acompañar el espectáculo que estaba a punto de empezar.

A eso de las diez y media, una orquesta fantástica, dio el aviso de silencio a base de tonadas únicas y originales, y justo después aparecieron tres parejas a cual más excepcional, moviendo los pies con gracia y aparentemente ninguna dificultad. Vimos a las mujeres engalanadas con sus mejores trajes, seductoras, apremiantes, serias y delicadas. Vimos a los hombres como compadritos, o lo que es lo mismo, como gallos en su corral. Y también vimos a dos solistas -un hombre y una mujer- cantando diferentes temas que podrían haber salido perfectamente de cualquier recopilatorio de grandes éxitos del tango.

Hubo un momento en el que me dejé llevar por "El día que me quieras", cerré los ojos, agarré la copa, le di varias vueltas y me la llevé a la boca para degustar lentamente ese fantástico vino de Mendoza. Y cómo me gustó la sensación...

Hace unos días hablaba de mi instante en Río, con aquel niño de la playa. Pues bien, aunque resulte algo más frívolo -o quizá simplemente menos profundo-, sé que de este viaje, mi fotograma favorito para recordar eternamente será ese: un bandoneón de fondo, una réplica de Gardel, un buen vino y una pareja bailando en un escenario como si fuese lo último que fueran a hacer en sus vidas. Me gusta el tango, siempre me ha gustado, pero ahora además se me ha grabado a fondo en la retina. Creo que en cuanto vuelva, me voy a puntar a clases para aprender. ¡Montsita se va a poner encantada! ¿Algún voluntario para ser mi pareja?


1 comentario:

Unknown dijo...

bailaros varios tangos tomar rico vino de mendoza y recibir los tres mis grandes abrazo de oso. sed felices disfrutad y sobre todo daros tanto amor como yo os mando desde aqui