Hoy, de nuevo de vuelta al comedor, os tengo que decir que me he transportado una vez más a mis largos días como alumna de Escolapios.
Resulta que, como es lógico, mi tía quiere realizar una especie de ficha médica de cada niño, para tener constancia de sus principales datos (tales como enfermedades importantes, altura, peso, alergias, y demás detalles). Y cómo no, yo me he hecho con la coordinación de la noble tarea, he cogido mi peso atómico de mi cuarto, y he organizado una fila con los niños para que fuesen pasando por mi consulta uno por uno...
Al principio se han mostrado un tanto reticentes a acatar mis súbitas órdenes -he de reconocer que no me impongo mucho con ellos, y que prefiero jugar al escondite a gritarles que se estén quietos-, pero enseguida se han tomado la actividad como un extraño elemento de competición entre ellos. Así que les he explicado que nada más entrar debían quitarse las zapatillas, decir su nombre completo (por aquello de facilitar la labor de buscar en la lista), subirse al peso (y mirar al frente), y finalmente apoyarse contra el metro de la pared (con los tobillos juntos y los talones pegados al rellano).
La primera ha sido Claudia, y después Leo, y Sergio Acosta... Hasta que he conseguido los datos de unos 20 niños. Pero ha llegado la hora de la comida, y mi ardua labor se ha visto interrumpida por un puchero con 10 kilos de pasta con tomate... He ayudado como cada día a servir el pan, y el jugo... Y de repente he visto que los niños me han quitado -sin yo siquiera percatarme- una regla que llevaba en el bolsillo izquierdo de mi pantalón corto. La dichosa regla era imprescindible para poder seguir midiendo a los niños, porque algunos miden más de 150 cm. (que era la medida que teníamos pegada en la pared a modo de metro), así que les he pedido en un tono de colegui que me la devolviesen. Pero claro, eso nunca impuso mucho a los niños, sobre todo a los adolescentes (que me preguntaban entre risillas cosas algo indecentes, e incluso me cantaron una canción muy subidita de tono que a mí me hizo muchísima gracia). Y como yo ya estaba desesperada porque los niños se me estaban escapando, me he puesto seria, y les he dicho que no habría postre para las tres mesas en las que podía estar camuflado mi pequeño ladronzuelo, a no ser que me devolviesen mi instrumental médico a tiempo.
La verdad es que la situación me estaba resultando cómica hasta a mí, y de vez en cuando tenía que esconderme en la cocina para reírme durante un rato. Pero misteriosamente mi regla ha aparecido a los dos segundos de amenazar con quitarles sus ansiadas bananas, y yo me he puesto tan contenta de nuevo a apuntar sus respectivos numeritos en la larga lista de niños inscritos en el comedor... Y después, haciendo un balance, me he quedado horrorizar al comprobar el bajo peso que tienen todos...
Así que, definitivamente, tenemos que añadir más cantidad de comida a nuestras ollas, porque no se puede consentir que haya niños de 5 años que pesen 11 kilos (como mi queridísima Librada). Al menos me consuela pensar que aún estamos a principio de curso... Dentro de un par de meses me disfrazaré de nuevo de doctora, y repetiré la operación para ver si percibimos algún tipo de evolución en nuestros chicos...
Es irónico... Yo luchando por quitarme kilos, y a la vez soñando con ver cómo ellos engordan... En este lado del mundo, las cosas son al revés.
No hay comentarios:
Publicar un comentario