Ayer me sorprendió muchísimo que Carlos Acosta no trajese al comedor a sus dos hermanitos pequeños -Librada y Juan-, y a pesar de mis deseos por averiguar su paradero, preferí dejarle un día de tranquilidad sin ser el papá de sus tres hijos.
Esta mañana, a las 9 en punto, ahí estaban los cuatro esperando su desayuno. Seguramente llevaban varios días sin comer... En cuanto han visto que he llegado, Librada ha corrido hacia mí para abrazarme y pedirme que la alzara aupa. Yo lo he hecho, como cada día, y le he dado muchos besos en la nariz. Entonces me han llamado la atención sus ojos rojos, llenos de legañas, como salidos del rostro, llorosos y enfermos... Le he preguntado que qué demonios le había pasado, y me ha explicado que tenía mal de ojo.
A mí eso me sonó a maldición medieval o algo por el estilo, pero no dije nada. Me callé, me fui al botiquín atómico que nos acaba de preparar una enfermera, y me dispuse a poner manzanilla a cocer para hacerle friegas con una gasa esterilizada. Pero entonces me ha dicho una de las hermanas que eso sólo se cura lavando los ojos con leche materna.
Imaginaos mi cara de alucine... ¿Leche materna? ¿Y de dónde demonios sacaba yo leche materna? Pero como aquí la gente es muy sabia, y llevan toda la vida aplicando remedios naturales -y yéndoles divinamente-, pues me he acercado a una de las adolescentes de 17 tiernos años que está recién parida, y le he pedido que se sacase un poco de leche en un vaso para poder curarle los ojitos a Librada. Y entonces Marlene -que así se llama la mamá-, se ha sacado el pecho ahí en medio, en el patio, y ha empezado a verter el líquido en el recipiente. Yo no salía de mi asombro. ¡Eso era aún más impactante que ordeñar una vaca!
Cinco minutos más tarde yo estaba allí, con las manos recién lavadas, un montón de gasas, y un vaso con leche materna. Una niñita de 4 años que apenas pesa 10 kilos, sentada en una mesa, con los ojos cerrados, y lanzando besitos al aire. Sólo me decía me siento mejor, me siento mejor, gracias, gracias. A mí casi se me saltan las lágrimas mientras limpiaba las miles de legañas incrustadas hasta la nariz...
Cómo es posible que mis niños no sólo no tengan acceso a un maldito colirio, sino que además tengan que depender de la teta de una adolescente para curarse el mal de ojo... ¡La vida es tan injusta! Mañana al menos sabré si la leche de Marlene ha hecho el efecto que debería... ¡Ojalá!
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