viernes, 26 de marzo de 2010

El desenlace

Cada mañana se abre el comedor a las 9 para que los niños desayunen, y tengan tiempo hasta las 9,30h., que es la hora a la que el portón se cierra para dar paso a las clases del apoyo escolar. 

Cuando algún niño llega con retraso se le dice que debe esperar en la puerta hasta la hora de comer, o volverse a su casa para no estar ahí en la calle solo... Y hoy, a las 9,45h., estaba el clan Acosta al completo al otro lado del muro, llamándome a pleno pulmón. Rosana -la cocinera- les miraba y en un momento determinado les ha dicho algo así como: lleváis una semana sin hablar a Espe, y ahora que la necesitáis para entrar, bien que la queréis, ¿eh?

Yo me sentía pequeñita, como si hubiese vuelto al cole...  Como si cualquiera de esos niños pudiese aplastarme con una mirada, o incluso como si tuviese que defenderme del mundo entero... Entonces comprendí lo decisivo que sería aquel momento para mi relación con los niños. Evidentemente yo no les iba a forzar a nada, porque lo último que deseaba era fomentar la ira de la abuela, y que lo pagasen estos pobres inocentes... Así que saqué la llave negra del bolsillo derecho de mi pantalón rosado, y la sacudí en el aire. Ellos solo me veían por las rendijas que separaban ambas puertas, pero captaban a la perfección mi tono: está bien, os abriré, pero con la condición de que no vengáis a molestar. Si os quedáis aquí tenéis que hacerme caso cuando os lo pida y no hacer ruido porque el resto de los niños están en clase. Bueno... ¿Queréis jugar a algo conmigo?

Yo contuve la respiración, consciente de que en esa pregunta camuflaba muchas otras. Carlos, Librada y Juan entraron corriendo, sin apenas mirarme a la cara. Traté de no darle la más mínima importancia, y me quedé allí, de pie, observando a Sergio muy fijamente. Llevaba la cabeza cubierta con una gorra enorme para esconder su repentina calvicie. Yo empecé a hablar:

- Sergio, ¿no entras? -él movió la cabeza negativamente-. Sergio... Verás, sé que no quieres hablar conmigo, pero yo deseaba comunicarte que jamás tuve la intención de que sufrieras tantísimo por ese corte de pelo. Yo encontré muchos piojos, y quise eliminarlos, porque eso te iba a hacer enfermar. Pero aún así, yo comprendo tu sufrimiento, y lo siento enormemente. Sergio, príncipe, yo te quiero tanto, que me duele en el alma que ya no quieras ser mi amigo, pero te entiendo, entiendo lo que sientes, entiendo tu rabia, y...

No sé cuánto tiempo estuve allí, diciéndole todo lo que yo le quería y lo mucho que sentía su situación. A cada segundo que pasaba, captaba más su atención, aunque no hizo ni un solo gesto en todo el rato que estuvimos ahí, el uno frente al otro. No sé cuál fue la palabra mágica que dio en el blanco, pero en un momento él levantó la mirada hacia mí. Tenía los ojos totalmente cubiertos de lágrimas, y yo me sentí a morir. Deseaba con todo el corazón alzarle y prometerle que nada malo le pasaría jamás, pero sabía que eso era algo que no le podía decir. 

Ya me estaba dando la vuelta para entrar de nuevo en el comedor y ayudar a Ana con sus clases, cuando sin previo aviso Sergio se lanzó literalmente sobre mí, y me dijo mil veces Espe, no me sueltes por favor. No paró de darme besos, y me dijo lo siento, lo siento, lo siento. Así que yo me arrodillé y le di el abrazo con más amor de toda mi vida. 

Nos quedamos así como dos o tres minutos, hasta que los otros tres se acercaron también y nos rodearon con sus bracitos para sumarse al abrazo. Yo me sentía como en el paraíso, y no podía parar de llorar. ¡Estaba tan emocionada!

Hoy he tenido a mis cuatro preciosos todo el día pegados a mí. Sólo querían estar conmigo, que fuese yo la que les diese de comer, que les dedicase toda la atención, que sólo jugase con ellos, que les diera besos y les acariciara la cabeza...

Cuando el comedor ha terminado, he sentido que la escena podría haber salido perfectamente de una peli hollywoodiense de esas que siempre están en los rankings de las más taquilleras. Pero esta vez yo era la protagonista de un momento que habría hecho llorar a la mayoría de los espectadores. 

¡Me siento tan feliz de haberme reconciliado con ellos! Me encantan mis tres príncipes y mi princesa. Este fin de semana voy a ir a ver a la abuela para pedirle perdón a ella personalmente, a ver si eso sirve de algo. Y creo que también -no se lo digáis a nadie- les voy a llevar unos croissants para que merienden. Eso sí, os juro que voy a ver cómo se comen hasta la última miga... ¡No quiero seguir costeando la cocaína a esa señora!


2 comentarios:

Miss_Cultura dijo...

Me alegra tanto¡¡¡¡¡¡
biennnn Espe¡¡¡asi se hace¡¡¡
tranquila todo estara bien

besotes enormess

Anónimo dijo...

Uff, me ha puesto los pelos de punta hasta saber como había acabado la cosa.

Enhorabuena Espe, has recuperado uno de tus mayores tesoros.

Es muy grande lo que les estás dando a esos niños.

Un saludo.

Daniel.