lunes, 15 de marzo de 2010

Sergio

Este año, cuando ha empezado el comedor de nuevo, he tenido la oportunidad de conocer a un muchacho maravilloso llamado Sergio. 

Sergio tiene 21 años, casi mi edad, pero aún no me ha dicho ni una sola palabra. Me gustaría tanto saber cómo suena su voz... Sergio vive muy cerca de nuestra casa, y viene cada día acompañado de sus dos hermanos pequeños y de su madre: doña Erika.

Sergio es altísimo, tanto como mi hermano Álvaro, y el otro día me atreví -por primera vez- a rozarle la mano. Sergio tampoco me ha mirado nunca a los ojos, porque tiene una malformación de nacimiento y siempre tiene la espalda tan torcida, que le impide mirar de frente a nadie.

Sergio está muy delgado; tanto, que siempre que sobra comida, me acerco hasta él para servirle el doble y que así se engorde un poco, que le hace falta. Sergio es autista, y su madre jamás le aceptó por ello. Le trata fatal, le pega, le menosprecia, le insulta y le escupe. Cuando veo esas reacciones, me dan ganas de matarla. Pero en vez de eso, me acerco hasta ella, le transmito todo el amor que cabe en mi mirada, y a Sergio le digo que es precioso y que yo disfruto de su compañía. Estoy convencida de que le llegan mis mensajes, porque ayer fue él el que me rozó a mí la mano, tímidamente, casi imperceptible... Fue precioso. Fue tan bonito que se me escapó una lágrima, contuve la respiración tres segundos, y entonces le abracé un buen rato. Le abracé todo lo que pude, a pesar de su mal olor, a pesar de su boca llena de comida, y a pesar de estar en ese momento tirado en el suelo, aislado del mundo, en su propia dimensión.

Amo a Sergio con toda mi alma. Le amo de verdad. Se ha sumado a mi lista de personas a las que amaré eternamente. Me gusta estar con él. Tiene tanto que ofrecer... Qué lástima que no todos lo vean... ¡Qué suerte tengo de verlo!


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