lunes, 8 de marzo de 2010

Espe en el País de las Maravillas

El viernes me fui a ver la última versión de Alicia en el País de las Maravillas, de la mano del excelentísimo Tim Burton, y de su actual mano derecha Johnny Depp. Tengo que decir que, a pesar de ser una fan incondicional de ambos personajes, hablo con total objetividad al decir que hace falta ser un adulto para entender esa película, y también al recomendarla.

Son muchas las personas que me han comentado a lo largo de mi vida que ese libro nunca les gustó, o que les aburría, o cualquier cosa nada halagadora. Y tienen razón, porque definitivamente no es un texto para niños. 

Cuando me senté en mi butaca del cine, esperé entre ansiosa y decepcionada a que empezase esa película. Y desde el principio me sentí totalmente atraída por los colores, por las formas, por una niña que pinta las rosas blancas para transformarlas en rojas, persigue conejos blancos pudorosos, y engaña a reinas acomplejadas... Me pareció una moraleja constante, en la que mi mirada no se podía separar del cuento ni un instante por miedo a perder parte de la lección. 

Y entonces, comprendí que en realidad yo tengo mi propio País de las Maravillas; un mundo interior en el que me transporto por las principales ciudades de nuestro planeta, describiendo palacios subterráneos, degustando vinos de otras tierras, aplazando momentos decisivos en pos de una catarata, o de un solitario... Descubrí que amo las palabras, que me absorben, me alimentan, se me atragantan, me besan, me desnudan y me aman. Y también comprendí el infinito sentido de la orientación espiritual de Lewis Carroll, y mi afán por imitarle medio moribunda, dando saltos de arriba a abajo, tomando pócimas que me encojan, y otras que me alarguen, para al fin cruzar las puertas de los árboles...

Creo que nadie podrá jamás franquear el límite de mis pensamientos, ni acceder porque sí a mi País de las Maravillas. Quizá por eso creé Los Mundos de Espe. Es lo más parecido que queda ya de mi niña...



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