lunes, 29 de marzo de 2010

La importancia de llamarse Mingo

He visto ya muchas películas que reproducían a la perfección los pequeños detalles de la vida de diferentes familias numerosas a lo largo de los años. Si no me falla la memoria, la última que vio la luz llevó a Steve Martin a representar a un papá yankie, con Volvo incluido, que se peleaba con sus 14 retoños en una competición estúpida en la que el honor familiar estaba en juego... Pues bien, yo afirmo que hay que nacer en el seno de un clan multitudinario para comprender lo que es realmente pertenecer a un selecto club de miembros de esa índole. 

Yo vi el mundo por primera vez hace 24 años, y siempre fui muy consciente de esta realidad, o lo que es lo mismo: sabía que tenía la increíble suerte de pertenecer a un grupo llamado Mingo. Nunca entendí realmente por qué era importante, pero lo cierto es que, cada domingo, la familia al completo se presentaba en el cuartel general -la casa de los abuelos-, y cada uno tenía que irse directamente a reunirse con sus homónimos. Esto es, el clan se subdividía en categorías.

Al contrario de lo que siempre se pensó, el clan Mingo es un matriarcado, en el que sólo las mujeres tienen voz y voto... Si tuviese que describir a una Mingo, dedicaría al menos cinco días en hacerlo... Mandonas, perseguidoras, extremistas, ordenadas, responsables, frioleras, sobreprotectoras, caguetas, exigentes, indecisas... Pero sobre todo y ante todo, las Mingo son madres. 

Hace unos años yo pensaba que el clan se dividía en tres clases: abuelos, tíos y sobrinos, pero durante los últimos tiempos, he comprobado que en realidad sólo hay dos categorías: o eres madre, o no lo eres.

Evidentemente la primera es la mejor de las dos. Cuando una de las Mingo pasa por la experiencia traumática del parto, automáticamente se convierte en un ser digno de participar de las privadas y exclusivas reuniones que se celebran cada semana en el salón de la Churru (también conocida como Santísima, María Mía, o abuela a secas). 

Cuando yo era pequeña, cada domingo íbamos los más de 70 miembros del clan al cuartel general a merendar pan con chocolate, y a jugar con nuestros primos al escondite. La entrada a la casa estaba terminantemente prohibida, pero yo una vez estaba enferma y tuve que quedarme con mi madre en el salón, muy a mi pesar... Aunque después de todo, tendría el increíble honor de poder escuchar (sin hablar) lo que allí se contaba. ¡Y qué decepción! Casi que hubiese sido mejor quedarme siempre con la duda... La conversación giraba en torno a vómitos de bebés, vestidos de bautizo de bebés, meconios de bebés, tomas de leche de bebés, embarazos complicados de bebés... En resumen: hijos, hijos, hijos e hijos.

Yo pensé que las sobrinas jamás podríamos pertenecer a la categoría A, pero me sorprendí cuando mis primas mayores (o las mujeres de mis primos) empezaron a ser madres, y fueron aceptadas de buena gana en las reuniones con la Churru. Pero es que eso no es todo, porque hay una especie de hormona o aura o energía extraña que se pega a las Mingo cuando tienen su primer hijo: se vuelven mandonas, perseguidoras, extremistas, ordenadas, responsables, frioleras, sobreprotectoras, caguetas, exigentes, indecisas... Pero sobre todo y ante todo, las Mingo se convierten en eso que nosotros -los sobrinos- llamábamos ser madres

Yo siempre me he quejado mucho de la mía, porque a decir verdad hay momentos en los que es, como todas las demás... -no voy a decir pesada- ¡insistente! Pero sí que voy a pronunciar públicamente que sé que ninguno de los miembros del clan Mingo me daría la espalda jamás, hiciera lo que hiciese.

Los Mingo tienen bastantes defectos -como todos, en realidad-: cantan fatal, no tienen ni pizca de sentido del humor, tienen miedo a todos los medios de transporte, son algo exclusivos a la hora de seleccionar a sus miembros y tienen una extraña forma de abrazar dando palmaditas a la espalda (una vez más, como a los bebés). Pero tienen también mil virtudes que suplen con creces todo lo anterior. Son amables, fieles, rectos, comprensivos, líderes, serenos, racionales... Son uno de los clanes más extraordinarios que he conocido en mi vida, con las mejores personas que te puedas encontrar, y con los años, hasta se vuelven cariñosos...

Me siento orgullosa de pertenecer a la familia Mingo, y si el Universo quiere, algún día -en un futuro muy, muy lejano-, podré ascender de categoría por fin, y hasta disfrutar de las apasionantes conversaciones monotemáticas de los hijos. 

Aún así, sólo hay una cosa que prevalece en todos nosotros: la importancia de llamarse Mingo.


Los 13 hermanos Mingo con su abuela el día de la toma de hábitos de mi tía Concha


2 comentarios:

JOSE LUIS MINGO dijo...

Espe:

Aunque por una vez te lo podamos perdonar, ya sabes que no es bueno ir por el mundo haciendo públicos los secretos familiares.

Un beso y, ¡a callar!

Tu tío mayor.

Concha dijo...

Me ha encantado esta descripción del clan Mingo!! jijijiji
Besitos guapa!