Hace unos días, Dania no vino al comedor, y estuvo ausente casi una semana. Cuando por fin la vi de nuevo, estuvimos charlando sobre su repentina desaparición, y me explicó que se sentía mal, y que había estado en el médico.
Al final, ha estado casi un mes faltando con relativa frecuencia, y nadie pudo averiguar qué le pasaba, aunque la mayoría apostaba por una hernia. Esta mañana, en cuanto he abierto la puerta del comedor, ella se ha levantado la camiseta y me ha enseñado todo su torso orgullosa. No le he prestado mucha atención hasta que me he topado con unas veinte rajas alrededor del estómago, todas ellas al rojo vivo. Enseguida le he preguntado que qué demonios le había pasado, y ella me ha respondido encantada que ayer fue a visitar a Ña Eustaquia.
En cuanto ha pronunciado el nombre, unas cinco niñas se han puesto a alabar el buen tino de la mujer como curandera del Bajo, y por fin he deducido que en realidad, esta gente valora más la sabiduría popular de las curanderas, que la de todos los médicos del Paraguay juntos. Al parecer, el sistema se basa en hacer no sé cuántas rajas sobre el mal en cuestión, todas ellas con una aguja bien fina, después poner papeles de periódico envolviendo las heridas, y dejarlas reposar sobre huevos de sapo.
Ya sé que suena surrealista, pero no sé si la gente tiene mucha fe en las hechiceras o qué, pero de momento las personas que se han puesto en sus manos, se han curado por completo. Ahora entiendo un poco más la alegría de Dania, aunque no quiero ni pensar cómo vendrá mañana al comedor. Pobres niños, no sólo no tienen para comer, sino que ni siquiera tienen un buen médico que les dé una pastillita y les cure todos los males...
Quizá alguno de vosotros se atreva con Ña Eustaquia. Por si alguna vez venís, ya tenéis un nombre de referencia. ¡Ahora, la responsabilidad corre de vuestra mano!
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