martes, 8 de diciembre de 2009

Lucía pitufo, Cristina ausente

La Casita de Belén forma parte de una comunidad muy grande, dirigida por el Padre Aldo Trento, y que es mucho más conocida con el nombre de Fundación San Rafael. Además de tener este hogar para niños, también cuenta con una tienda de artesanía indígena, un par de cafés preciosos, una parroquia y una clínica. Es como una pequeña aldea en la que puedes encontrar casi cualquier cosa que necesites.

Hace unos cuatro meses, llegó a La Casita de Belén una chica de 15 años, con un bebé de dos meses en brazos. La hijita padecía una microcefalia. Había nacido sin ojos y con unos problemas respiratorios muy serios, consecuencia de la evidente desnutrición de su madre durante el embarazo. La niña se llamaba Lucía.

Su enfermedad la tiene postrada en una cuna día y noche, y es muy probable que se quede así para siempre. De vez en cuando le dan espasmos, y se queda sin respiración, por lo que toda su cara se vuelve de un color azul algo alarmante, y hay que ponerle una máscara de oxígeno. Por eso siempre tiene que haber alguien a su lado, para evitar que cuando se convierte en pitufo esté sola.

Al lado de su cuna, vive otra niña llamada Cristina (que recibió ese nombre en honor a la Cristina de la que ya he hablado, la mamá de La Casita). Cristina tiene 4 años, y lleva ya 2 hospitalizada en la clínica del Padre Aldo. Está allí como consecuencia de una meningitis mal curada, lo que le produjo una hidrocefalia atroz, que se manifiesta de tal forma, que ahora Cristina actúa como si fuese una niña autista. Y por si esto fuera poco, sus padres la han abandonado a su suerte, porque tienen muchos más hijos y ni quieren ni pueden encargarse de una niña que requiere tanta atención.

Desde el jueves pasado, he dejado de ir a La Casita para acudir cada día al hospital a vigilar a estas dos niñas, que son la mejor prueba de las consecuencias de la pobreza en este país. Cada vez que las miro, me late un poquito más rápido el corazón, y es que ambas tienen un algo especial que hace que las quieras con solo mirarlas.

Algunas veces me gustaría gritar hasta desgañitarme de pura impotencia. Pobres criaturas. ¿Qué culpa tienen ellas de todo esto?



1 comentario:

Unknown dijo...

Me ha impresionado lo que has contado de las niñas; yo no sería capaz de estar con ellas sin echarme a llorar. Estoy segura de que ellas te van a dar mucho más de lo que tu puedas ofrecerles, pero de todas maneras... eras una machota !

Estoy muy orgullosa de ti.Un beso fuerte.