Hoy ha sido un día raro, pero intenso. Uno de esos días en los que no sabes muy bien qué hacer, sin comedor, sin fiestas que celebrar, con un calor aplastante, y en realidad con mil tareas que hacer para ayudar a las hermanas con sus cuentas anuales...
El lunes doy una conferencia sobre marketing -sin preguntas, por favor-, el martes un cursillo de Excel, mañana me voy de pingo con unas amigas, y tengo que prepararme para todo eso. Pero lo que me ha mantenido más atareada, ha sido precisamente una actividad más bien asesina. Os cuento:
Resulta que los piojos se han asentado en mi cabeza y por más productos que me ponga, no se quieren ir. Todos sabemos que hay determinados cueros cabelludos que les gustan más que otros, y está claro que el mío debe ser como un resort de lujo para ellos, porque no hay remedio que consiga echarles. Me he ido a la farmacia en busca de algo aún más fuerte, y he invertido media tarde en ponerme el producto, peinarme, rebuscarme, pasarme la liendrera... En fin, esas cosas que se hacen cuando uno tiene inquilinos.
Ya que estaba en la farmacia, me he comprado una pulsera mágica, que te la pones y los mosquitos ya no van a ti. Y dado que tengo las piernas llenas de picaduras, me he puesto más contenta que un regaliz con mi invento nuevo.
Pero por si esto fuera poco, tengo una invasión de cucarachas en mi cuarto, así que también he tenido que erradicar a una especie alienígena gigante de cucarachas rojas, para que cuando me levante por la noche a hacer pis, no me suban por las piernas y me den un susto de muerte.
Así que ya veis, mi punto de inflexión durante las fiestas navideñas se ha convertido más bien en una jornada de desparasitación intensiva... ¡Sólo espero que haya sido efectiva!
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