Como ya os dije el otro día, al hablar de la Primera Comunión de Clara (en la entrada titulada Noche alemana), considero necesario explicar con precisión los detalles de la inmensidad del amor de Rosana.
Rosana es la cocinera del comedor, una mujer joven de unos 37 ó 38 años, que viene cada día de lunes a sábado hasta nuestra pequeña cocina para hacer la comida a decenas de niños. Tiene 6 hijos, dos chicos y cuatro chicas, y su marido murió alcoholizado hace apenas un par de años, quedando sola en el mundo y llena de bocas que alimentar. Pero ella se ha propuesto firmemente que será la que llevará el pan a su casa, y no va a permitir que ninguno de sus hijos deje de estudiar para subir a los colectivos, jugándose la vida, para acabar ganando cuatro perras gordas.
Así que se levanta cada día a las 4,30h. de la mañana y despierta a Claudia, su hija menor, de 6 años para llevarla al colegio (que empieza a las 7). Y os estaréis preguntando que por qué tiene que levantarse tan temprano… Vive lejísimos de la escuela, y en circunstancias normales, tarde aproximadamente hora y media en llegar a su destino… ¡Imaginaos si encima hay tráfico!
Cuando se queda tranquila, sabiendo que su niñita está en el cole y que los otros (que son algo mayores que Claudia) ya están en camino, ella dirige sus pasos hacia el comedor y se pone a cortar cebollas, picar perejil, descongelar una mole enorme de carne picada, limpiar, recoger… En fin, las exigencias de una cocina.
Rosana tiene unas ojeras enormes, seguramente fruto de la falta se sueño y del agotamiento progresivo, pero no se rinde. Si le piden que venga en Navidad, ella viene. Si le preguntan si está disponible una tarde, ella también viene… No falta jamás, pase lo que pase.
Y el otro día tuve la oportunidad de ver el barrio en el que vivía, y me quedé horrorizada al ver el minúsculo espacio formado por cuatro maderas mal puestas y un techito de metal, que aquí es como para que te de un paro cardiaco de calor.
A pesar de todo, Rosana sigue luchando cada día por sus hijos, por sacarlos adelante, para que no pasen hambre, para que estudien, y para procurarles la mejor vida que ella les pueda ofrecer. Es admirable. Si alguna vez llego a ser madre, os juro que Rosana siempre estará en mi pensamiento como ejemplo de cariño, de respeto, de esfuerzo, de comprensión y de infinito amor hacia sus hijos. Rosana es una vez más, un ídolo para mí, y si cabe para todos. Una mujer que el mundo se está perdiendo. Gracias al Universo, yo sí que tengo la oportunidad de mirar sus ojos cada día. ¡Qué afortunada soy de haber conocido a Rosana!
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